Por Juan José Ayuso (buenapila@yahoo.es)
“El otoño del patriarca”, de Gabriel García Márquez, es la novela que más veces he leído.
Dada mi limitadísima capacidad, nunca ha sido suficiente con una o dos lecturas de tal o cual obra.
Supongo que los críticos literarios anotan las novelas y cuentos y poemas que leen pero el suprascrito solo los asimila y lleva a una memoria que clasifica y guarda.
“El otoño...” es una lectura reiterativa que, si no agrega con cada una de ellas, permite una mejor y más profunda apreciación del valor del conjunto.
Aparte de que aporta en lo formal, por su estilo continuo y sin pausas, sin comas ni puntos y seguido, esta historia de dictador latinoamericano presenta y desarrolla con magistralidad su tema, con el añadido de que no sólo se ocupa del personaje central de la obra sino que también perfila a personajes secundarios que también son parte de la tiranía continental.
Nicanor Alvarado es un “mama’s son” rural y primitivo llevado a utilizar a su conveniencia los recursos del poder aunque con bastante astucia natural de discriminación.
Para dar una idea sin tiempo del tiempo que puede ser corto pero que en el caso de las tiranías resulta muy largo, está la mención del embajador norteamericano con apellido distinto pero como si fuera el mismo.
Siempre es el poderoso embajador norteamericano, convenenciero en cuanto a aceptar el destino de tiranías que su dios dio a América Latina, pero cambia de apellido porque raro es el diplomático de Washington que permanece en uno de estos países por más de dos o tres años.
Pero no importa. Sea “míster Foster” o “míster Smith” o “míster White”, es la misma política de asociación y complicidad con el gobernante autoritario y criminal que “la realidad” latinoamericana determina para estos pueblos “dejados de la mano de dios”.
“El Otoño” se detiene en la sicología e idiosincrasia de los “colaboradores” del tirano Alvarado, rurales y primitivos en casi todos los casos, militares como él y civiles, con la excepción de un “hombre de mundo”, “intelectual”, culto y de las mejores familias quien, en el pináculo de su gestión salvaje, aberrada y aberrante, hace temer hasta al mismo tirano.
Lo que también pudiera ser una característica, aunque no la común, de la tiranía clásica. Es posible que los más despiadados criminales y los ladrones de menos escrúpulos y los más eficaces traficantes de influencia hayan sido, en la dictadura latinoamericana, personajes “de primera”, profesionales destacados y hasta intelectuales.
(Recuérdese que los más abyectos y rastreros ditirambos en homenaje al tirano Rafael Trujillo fueron pergeñados por la intelectualidad del régimen, personeros, para citar al mejor ejemplo, de la calaña de Joaquín Balaguer).
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